El tercer domingo de Adviento se le llama también “Gaudete” (de la alegría). Este año la Liturgia del domingo está señalada por dos verbos, ver y oír. Isaías, el Salmo 145 y san Mateo nos hablan de los ciegos y los sordos, que ven y oyen. Es más, Jesús envía a los emisarios del Bautista con este encargo: Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo (Mt 11,3). La manifestación del Mesías se produce por medio de los milagros y la predicación que dan esperanza y alegría.
Jesús comienza su Evangelio con las bienaventuranzas y realiza signos y prodigios. Todos estamos llamados a contemplar la gloria del Señor en Cristo, que viene en persona para salvarnos y para abrir nuestros ojos, de tal modo que podamos reconocer su presencia en cada hombre y acontecimiento.
Cristo viene para abrir nuestros oídos y convertirnos en verdaderos discípulos que se dejan instruir por sus palabras; palabras que levantan, consuelan, corrigen, liberan y nos sitúan en Dios. El bien y la verdad, unidos en nuestra vida, nos estrechan al Corazón de Dios, curando nuestra parálisis y haciéndonos caminar libres y desprendidos de todo y de todos, para entregarnos por entero a cada uno. Entonces, la alegría sin límite del corazón nuevo se traduce en los rostros, como señala Isaías.