En el Triduo Pascual (la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo) culmina el proceso y el camino de toda la vida cristiana. Es el núcleo que ilumina y da sentido a toda nuestra vida de fe.
Durante su recorrido por los caminos de Galilea, de Samaria o de Judea, Jesús derramó ilusiones, esperanzas, amor y vida. Los pobres, los desheredados y los humildes encontraron en Él un motivo para seguir esperando. Jesús derramó en ellos el mismo amor de Dios, que llena de sentido la vida entera. Les enseñó, y nos enseñó, que la vida solo merece la pena ser vivida cuando se convierte en ofrenda a Dios y se entrega generosamente a los demás.
El camino de Jesús fue el camino de la cruz, que es el camino de la vida. No hay nada que pueda compararse al sacrificio libre de la misma vida. Jesús se entrega, da su vida, para que los hombres alcancemos la plenitud de la vida. Él es Dios y su hazaña divina consistió en tomar nuestra humanidad para revestirla de gloria mediante su ofrenda en la cruz.
La muerte da paso a la vida, porque el amor es más fuerte que la misma muerte. Jesús resucita y en su resurrección todos somos vencedores del pecado y de la muerte. La luz de la vida abre el camino de la resurrección.