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El Silencio de Dios

Ante los acontecimientos de dolor vividos en los últimos días nuestra Fe se tambalea, la vida se nos pone patas arriba al enfrentarnos al sinsentido de la violencia que siembra muerte, miedo, división… entre las gentes de nuestro pueblo.

En estos momentos no sabemos qué decir, las palabras se apagan y poco a poco, van dejando paso al silencio, un silencio que se convierte en el grito ensordecedor de quien, en lo escondido de su corazón, grita un profundo: “¡Basta ya!”. Basta de odio, de no considerar al otro como alguien sagrado, basta de violencia en cualquiera de sus formas, basta de muertes buscadas, basta de dinámicas antihumanas… ¡Basta ya!

Quien pierde la vida se ve obligado al silencio, y entonces Dios mismo parece guardar silencio… Éste, en ocasiones, produce en nosotros rabia, enfado, una pregunta afilada aparece: ¿por qué?

La rabia, el dolor en este caso, son las respuestas más humanas a un acontecimiento que en sí mismo nos deja sin respuestas. Estos sentimientos de dolor se transforman en la oración confiada del que descubre a Dios hecho presencia silenciosa; una presencia que acoge en sus brazos el dolor de todos los que sufren.