Evangelización

La Palabra de Dios en una Iglesia Ministerial

La Iglesia es un entretejido de relaciones que extraen savia de la vida de Cristo que circula abundantemente gracias al anuncio de la Palabra «regla suprema de la propia fe» (DV 21), a la fracción del pan en la celebración de la Eucaristía por la que «se representa y se realiza la unidad de los fieles» (LG 3), a la oración de los creyentes y a la comunión (Hch. 2,42).

Esta vida divina que, a partir del Bautismo, corre por las venas de los creyentes, les impulsa a vivir toda su existencia como una liturgia que conduce a la diaconía, es decir, al servicio gozoso a Cristo y a los hermanos (Rom 12,1-8).

Esta diaconía o ministerialidad, que es constitutiva de la vida de la Iglesia y que se manifiesta de manera especial «en la participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios en las mismas celebraciones litúrgicas» (SC 41), no se agota en los ministerios ordenados (episcopado, presbiterado y diaconado), conferidos mediante un rito de ordenación sacramental, sino que se enriquece también con los ministerios instituidos, como el Lectorado y el Acolitado y otros ministerios que se confían a los fieles laicos sin rito litúrgico.

Puesto que «la fe viene de la escucha y la escucha se refiere a la palabra de Cristo» (Rom 10,17), es necesario que la Iglesia envíe a los hermanos a cuantos «traen la buena noticia del bien» (Rom 10,15), fieles laicos, hombres y mujeres, dedicados a proclamar la Palabra durante la celebración eucarística y a transformarla en vida mediante el testimonio personal, la evangelización y la catequesis. Icono de la Iglesia que anuncia el Evangelio al mundo, el lector o la lectora responde al mandato recibido del Resucitado –«Id a todo el mundo y proclamad el Evangelio a toda criatura» (Mc 16,15) –, hace resonar la Palabra dando voz a Dios en la asamblea y, al proclamarla en su propia persona, la actualiza y ofrece una primera comprensión de la misma.

(Pontifico Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización)

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