María, humilde sierva del Altísimo; el Hijo que engendraste te ha hecho sierva de la humanidad. Tu vida ha sido un servicio humilde y generoso; y has sido sierva de la Palabra cuando el ángel te anunció el proyecto divino de salvación.
Has sido sierva dela redención permaneciendo valientemente al pie de la cruz, junto al Siervo y Cordero sufriente, que se inmolaba por nuestro amor. Has sido sierva de la Iglesia el día de Pentecostés; y, con tu intercesión continua, generándola en cada creyente. También en estos tiempos nuestros tan difíciles y atormentados.
A ti, joven hija de Israel, que has conocido la turbación del corazón joven ante la propuesta del Eterno, dirijan su mirada con confianza los jóvenes del tercer milenio. Hazlos capaces de aceptar la invitación de tu Hijo a hacer de la vida un don total para la gloria de Dios. Hazlos comprender que servir a Dios satisface el corazón y que solo en el servicio de Dios y de su Reino nos realizamos según el divino proyecto y la vida llega a ser un himno de gloria a la Santísima Trinidad. AMÉN. (Juan Pablo II).