Para Jesús lo más importante es el Reino de Dios. Por él se desvive y lucha, es perseguido y ajusticiado. Para Jesús “solo el Reino de Dios es absoluto; todo lo demás es relativo”. El centro de su vida es el proyecto de Dios sobre la historia humana. Jesús habla del Reino de Dios como un reino de amor, de paz, de compasión, de justicia y de fraternidad; y llama a la gente a que entre en él. No invita sin más a buscar a Dios, sino a “buscar el Reino de Dios y su justicia”. Y cuando pone en marcha un movimiento de seguidores que prolonguen su misión, los envía a que anuncien y promuevan el Reino de Dios.
Este es el gran anhelo de Jesús: construir la vida y el mundo que quiere Dios. Para ello reclama de manera preferente introducir en el mundo el amor y la compasión de Dios, poner a la humanidad mirando hacia los últimos, construir un mundo más justo empezando por los más olvidados, sembrar bondad para aliviar el sufrimiento y construir la paz, la igualdad, la libertad y la fraternidad en la sociedad; y enseña a vivir confiando en Dios Padre, que quiere una vida feliz para todos sus hijos.
Por eso, al finalizar el año litúrgico, reconocemos que Jesús es el verdadero Rey en este proyecto de Dios. Es Rey porque va delante de nosotros y nos guía en la construcción de este Reino. Y se nos muestra presente en nuestros hermanos más necesitados: “cada vez que hicisteis o dejasteis de hacer algo por estos mis hermanos más necesitados, conmigo lo hicisteis o lo dejasteis de hacer”.