Este año se conmemora el 1700º aniversario del primer Concilio Ecuménico cristiano, celebrado en Nicea, cerca de Constantinopla, en el año 325 d.C.. Convocado por el emperador Constantino, al Concilio de Nicea asistieron, según la tradición, 318 Padres, en su mayoría orientales.
La Iglesia, recién salida de la clandestinidad y la persecución, empezaba a experimentar lo difícil que era compartir una misma fe en los diferentes contextos culturales y políticos de la época. El acuerdo sobre el texto del Credo consistía en definir el fundamento esencial sobre el que edificar comunidades locales que se reconocieran como Iglesias hermanas, respetando cada una la diversidad de la otra.
En las décadas anteriores habían surgido desacuerdos entre los cristianos, que a veces degeneraron en graves conflictos. Estas disputas versaban sobre asuntos tan diversos como: la naturaleza de Cristo y su relación con el Padre; la cuestión de una fecha común para celebrar la Pascua y su conexión con la Pascua judía; la oposición a opiniones teológicas consideradas heréticas; y cómo reintegrar a los creyentes que habían abandonado la fe durante las persecuciones de años anteriores.
El texto del Credo aprobado utilizaba la primera persona del plural, “Creemos…”. Esta forma ponía el énfasis en expresar una pertenencia común. El Credo se dividía en tres partes dedicadas a las tres personas de la Trinidad, seguidas de una conclusión que condenaba las afirmaciones consideradas heréticas. El texto de este Credo fue revisado y ampliado en el Concilio de Constantinopla del año 381 d.C., donde se suprimieron las condenas. Esta es la fórmula de la profesión de fe que las Iglesias cristianas reconocen hoy como el Credo Niceno-Constantinopolitano, a menudo denominado simplemente Credo Niceno.
Esta conmemoración ofrece una oportunidad única para reflexionar y celebrar la fe común de los cristianos, expresada en el Credo formulado durante este Concilio.