El amor de Dios ha encontrado su expresión más profunda en la entrega que Jesucristo hizo de su vida por nosotros en la Cruz. Entonces, al contemplar su sufrimiento y muerte, podemos reconocer de manera cada vez más clara el amor sin límites de Dios al mundo, que le entregó su Hijo único para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna (Jn 3,16).
Reconocer el amor de Dios en el crucificado se ha convertido para muchas personas en una experiencia interior que los ha llevado a confesar, junto con Tomás: “Señor mío y Dios mío”.