Son muchos los que, ante el silencio y la aparente ausencia de Dios en este mundo y en sus vidas, claman con fuerza para que se haga presente, hable y actúe. Y así, entendemos a Moisés cuando se atreve a pedir a Dios que le enseñe su gloria. El líder de Israel no se contenta con el escueto nombre o identidad que Dios le reveló en el monte Sinaí cuando le dijo: “Esto dirás a los israelitas: “Yo soy” me envía a vosotros”. Moisés desea conocerlo en persona, sentirlo cerca y hablarle como a un amigo.
Con demasiada frecuencia perdemos todo rastro de su presencia; y surgen en nuestras vidas momentos de oscuridad, de dudas y de ausencia de Dios, sobre todo ante la realidad del mal, de las desgracias y de las catástrofes. Sin embargo, podemos decir con el salmista: “Como ansía la cierva corrientes de agua, así mi alma te ansía a Ti” (salmo 42). Buscamos la única fuente de agua capaz de calmar nuestra sed sofocante y de dar sosiego a nuestro ánimo.