El peaje pagado por la pandemia ha sido elevado. Incluso la pastoral fue tocada, despojada de su visibilidad y purificada en su esencia. Muchos agentes pastorales han activado la creatividad para manejar los límites, el amor para superar los obstáculos, la esperanza para superar las dificultades, la fe para creer en el futuro. Además de generar ansiedades, frustraciones y temores, como siempre ocurre en situaciones similares, se puesto en evidencia lo mejor del ser humano. Hemos aprendido a ver más allá y hemos descubierto la riqueza de la comunión espiritual, la oración personal con la Palabra, la oración familiar, los pequeños gestos y los símbolos domésticos, y nos hemos puesto a disposición de otras formas para encontrarnos y orar con los demás.
Los recuerdos de este período dependerán mucho de las lecciones aprendidas. Al inicio de un nuevo curso, aprovechemos las oportunidades que hemos descubierto, porque lo vivido es una ocasión para repensar y de reiniciar. No podemos volver a estábamos antes. La dolorosa experiencia de la pandemia nos ha preparado para nuevos equilibrios, para cambios irreversibles, para dar un paso adelante, para traer cosas nuevas a la mente. En el campo de la evangelización siempre caminamos sobre brasas, y los desafíos que enfrentamos están vivos, no muertos ni enterrados. Muchos cambios son necesarios, algunos irreversibles. Será necesario afinar una mirada evangélica que permita, por ejemplo, un renovado cuidado de las acciones litúrgicas; el redescubrimiento del sano ritmo del año litúrgico; la valoración de la Palabra de Dios leída, meditada y rezada; los grupos de fe; la pasión creativa de muchos catequistas y educadores; la atención a las personas que se han alejado; el esfuerzo por encontrar lenguajes adecuados para moverse con sabiduría en el nuevo mundo digital de los jóvenes; la capacidad profética para captar las desigualdades y las nuevas fragilidades que ha generado esta emergencia.
(Miguel Angel García. Rev. Catequistas Octubre 2021)