El primero es un cambio de mentalidad. Todavía existe mucho clericalismo entre los pastores y en los laicos. Pastores que creen que lo deben decidir y hacer todo ellos, y laicos que prefieren que se les den ordenes o prefieren ser «clientes».
El segundo es descubrir y valorar la vocación de laicado como cristiano comprometido en llevar el Evangelio a la economía, la educación, la sanidad, la familia, el comercio, el ocio… El laico es un “cristiano enviado”, un discípulo misionero, como nos recuerda el Papa Francisco.
El tercero es valorar la presencia y el trabajo de la mujer en el interior de la Iglesia y como Iglesia. Valorar lo que ya hacen y abrir puertas para que hagan más, en el pensar y decidir.
El cuarto es la incorporación efectiva de los jóvenes. Debemos ser capaces de infectar a nuestros jóvenes del virus de las grandes metas y objetivos: fraternidad universal, dignidad de la persona, la justicia social, acabar con el hambre…
Y el quinto, que es para todos, la comunión: todos estamos en la misma tarea, la de ir construyendo entre todos el Reino de Dios, sin luchas internar y sin protagonismos. Buscando lo mejor de todos y para todos.