Cada vez que recitamos el Avemaría repetimos algunas palabras del ángel Gabriel enviado por Dios a María (Lc 1, 26-36). Cada Avemaría nos traslada a aquella hora de la Historia del mundo en que el ángel del Señor vino a anunciarle la Encarnación del Hijo de Dios. En el Avemaría se retienen tan solo las primeras palabras de Gabriel y el Ángelus nos trae a la memoria, para meditarlo, ese gran misterio.
En otros tiempos las campanas de las iglesias “tocaban a oración”, tocaban al Ángelus, sobre todo en los pueblos y la gente lo rezaba, haciendo un descanso, incluso cuando estaba en las faenas del campo. Hoy escuchamos otros ruidos muy distintos. Los ruidos de la calle, los de las pantallas y los de los micrófonos ahogan la llamada a la oración. En algunos pueblos, y sobre todo en los conventos y monasterios, todavía la campana marca la hora del Ángelus y otras horas importantes del día
Señala la hora de levantarse y de comenzar a trabajar, el descanso del mediodía con la comida y el fin de la jornada laboral al caer la tarde. Pero su melodía en ocasiones tiene como meta invitarnos al recuerdo agradecido y a la adoración del sublime misterio de la encarnación del Hijo de Dios.