Creceremos en el amor a Jesucristo y aprenderemos a hacer de la Eucaristía la fuente y el culmen de nuestra vida cristiana si no abandonamos nunca la escuela de María. Los nuevos retos que se nos presentan como cristianos en un mundo, siempre necesitado de la luz del Evangelio, no podrán ser afrontados sin la experiencia de la protección del corazón de nuestra Madre.
Los cristianos y cristianas de hoy, acudimos a los pies de María porque queremos un mundo mejor. Acudimos a la Virgen Madre porque nos cuesta vivir como cristianos auténticos. Acudimos a su corazón porque sabemos las dificultades de educar a los jóvenes en la fe. Ella debe ser el mejor motivo de esperanza en estos comienzos del tercer milenio para que nuestra vida tenga sabor y sentido, comprometidos siempre con la Iglesia de su Hijo, en un mundo pluralista.