Santo Tomás decía que “la fe termina en la cosa misma, no en el enunciado”. La cosa misma es nuestra misión de hacer llegar la onda de la Pascua al corazón de los que se nos encomienda.
Este año nos encontramos en una situación nueva. Tenemos muchas experiencias traumáticas a la espalda que no podemos olvidar. Aquí es, precisamente, el lugar desde donde hemos de escuchar la palabra del resucitado que nos invita a descubrirlo y señalarlo. Cada poro de la vida puede ser una llaga resucitada que espera un evangelizador que le reconozca y ayude a contemplar.
Pascua, para el evangelizador, es una oportunidad para reconocer estas “ondas”, mirar de forma nueva los signos y los lugares de la presencia del Resucitado. Así nos lo dice el Directorio para la catequesis: “En este momento en el cambian las formas de transmisión de la fe, la Iglesia se empeña en descifrar algunos signos de los tiempos con los que el Señor le muestra el camino que ha de seguir. Entre esos signos se puede reconocer: la centralidad del creyente y su experiencia de vida; el papel relevante de las relaciones personales y los afectos, la búsqueda de sentido verdadero; el redescubrimiento de aquello que es bello y eleva el espíritu”. Ahora es tiempo de ayudar a señalar el paso del Señor. Cada vida se convierte en un lugar donde resuena la fuerza de la pascua y necesita evangelizadores que ayuden a poner el oído y la mirada. (José Cobo. Obispo aux. de Madrid)