“Hoy los pueblos que no conocen al Señor –o que lo conocen mal hasta el punto de no saber reconocerlo como el Salvador- están más alejados en lo cultural que en lo geográfico. No son los mares ni las grandes distancias los obstáculos que desafían hoy a los heraldos del Evangelio, sino las fronteras que, debido a una visión errónea o superficial de Dios y del hombre, acaban alzándose entre la fe y el saber humano, entre la fe y la ciencia moderna, entre la fe y el compromiso por la justicia.
Por eso, la Iglesia necesita con urgencia personas de fe sólida y profunda, de cultura seria y de auténtica sensibilidad humana; necesita religiosos y sacerdotes que dediquen su vida precisamente a permanecer en esas fronteras para testimoniar y ayudar a comprender que existe, en cambio, una armonía profunda entre fe y razón, entre espíritu evangélico, sed de justicia y laboriosidad por la paz. Sólo así será posible dar a conocer el verdadero rostro del Señor a tantos hombres para los que éste permanece hoy oculto o irreconocible” (Benedicto XVI).