Virgen María

María, el regalo de Jesús

Entre las últimas palabras de Jesús, antes de su grito al Padre, María fue señalada como “madre del discípulo amado” y este, como su hijo. En María, la primera creyente del Evangelio, todos los creyentes podemos vernos, y descubrir en ella uno de los vínculos que nos unen como Iglesia. Ser la primera discípula y la primera bienaventurada es un estímulo para todo creyente que, teniéndola como madre, fortalece nuestro vínculo como comunidad.

No quiso Jesús dejar a sus discípulos sin una figura materna, sin aquella mujer que le facilitó una experiencia de familia. En el icono femenino de María, nuestra Iglesia, nuestra comunidad, nuestro grupo, nuestra familia, puede ser prolongación de su familia, entrañablemente divina.

Bien sabemos de las dificultades, rutinas y cansancios que todos tenemos. En María, descubrimos que no le son distantes ni extraños. Ella supo “transformar una cueva de animales en la casa de Jesús” (EG, 286). Un contexto de dificultades fue transformado con paciencia, con fe, con dedicación y con esperanza, en un lugar donde el Evangelio pudo ser, no solo acogido, sino acrecentado y fortalecido.

En María, la fidelidad  de la promesa recibida se entretejió con virtudes que encarnaban la misericordia infinita del Padre; virtudes cotidianas que pueden iluminar cada momento de nuestra vida: la amistad volcada hacia los demás, la comprensión de los que sufren, la esperanza ante las injusticias, el cuidado del Evangelio –del mismo Jesús- para que fuese acogido por todos.

Por eso, María es la estrella de nuestra cotidiana entrega que nos alumbra con la cercanía de una madre. Ella “se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo los corazones a la fe con su cariño materno”.

En la medida en que sigamos los pasos de María, tras los de Jesús, y caminemos por nuestra vida como ella lo hizo, el Evangelio será accesible a todos. La vida de María es el mejor icono donde podemos mirar nuestro peregrinaje misionero. Pese a las grandes y buenas noticias que recibió, pese a engendrar en su seno al Hijo del Padre, esto no le excusó de dificultades, dolores y sufrimientos.

Cuando las cosas más ordinarias de la vida están llenas de  la ternura de Dios, encarnada en María, entonces es cuando el Evangelio, no sólo puede ser creíble, sino que se vuelve atractivo, persuasivo y amable. (Revista “Catequistas”. Mayo 2019)

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