La Virgen María fue hija de la tierra antes de ser reina del cielo y experimentó el peso de la condición humana antes de ser reina de los ángeles. No fue una diosa, aunque fue y es la Madre de Dios. Compartió las alegrías y los dolores de la maternidad como cualquier madre humana. Vivió de la fe como todo fiel y fue sensible, como toda criatura, a los misterios más profundos de la vida y de la muerte.
La Madre de Dios no es inaccesible. Es el retrato de todas las madres y de todos los creyentes. Vivió la vida oscura del tiempo de Nazaret. A María la podemos encontrar en la realización paciente y amorosa de sus trabajos y de su entrega. Ella es la claridad anunciadora del alba evangélica. Esa es nuestra Madre la Virgen de la Oliva.