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El Corazón de Jesús

El mes de junio está marcado de modo particular por la devoción al Corazón de Jesús. Celebrar al Corazón de Jesús significa dirigirse hacia el centro de la persona del Salvador; a ese centro que la Biblia identifica como la sede del amor que redimió al mundo. Si el corazón humano representa un insondable misterio que solo Dios conoce, ¡cuánto más sublime el Corazón de Cristo Jesús en el que late la vida misma del Verbo!. Para salvar al hombre, víctima del mal uso de su libertad, Dios ha querido darle “un corazón nuevo”, fiel a su voluntad de amor. Este es el corazón de Cristo; la obra maestra del Espíritu Santo que comenzó a latir en el seno de María y que fue traspasado por una lanza en la Cruz, convirtiéndose así para todos en manantial de vida eterna. Ese corazón es ahora prenda de esperanza para todos. ¡Qué necesario es, pues, para la humanidad hoy y siempre el mensaje que brota de la contemplación del Corazón de Cristo! Ahí se puede obtener la reserva de amor, de humildad, de perdón y de entrega para sanar los ásperos conflictos que llenan de sangre a la humanidad y de dolor a la convivencia familiar y social.

Jesús tenía un corazón valiente, aunque en Getsemaní sintió un miedo atroz porque sabía en qué se estaba metiendo y lo que le esperaba. Jesús era limpio de corazón. Sus intenciones eran nobles. Sus juicios, compasivos. No había en Él engaño ni doblez ni componendas. Miraba a los ojos y se dejaba  mirar. La compasión es un buen puente entre corazón y corazón.

Sus motivos eran limpios y su trato con las personas, directo. Su corazón tuvo mucho de “samaritano”. A Jesús le tacharon de no cumplir la Ley, de marginal, de demasiado libre, de poco cumplidor de normas, de demasiado mezclado con los indeseables, de demasiado cercano a los de poco fiar, de poco ayunador y hasta de comilón y bebedor. Y acabaron matándolo por blasfemo.

No se puede andar por el mundo con el corazón tan limpio, tan libre, tan compasivo, tan en la mano. En Jerusalén le rompieron el corazón. Mirando a la ciudad desde el Monte de los Olivos lloró. Se sintió rechazado e impotente. Jesús tenía un corazón así, porque se parecía a su Padre. Por eso, conociendo su corazón, conoceremos el corazón de Dios

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