La Semana Santa nos ofrece poder tener una experiencia interior fuerte. Pero ¡qué difícil es hacer desierto, retiro o silencio en nuestra vida! Aún así necesitamos pararnos, reflexionar y dedicar algo de nuestro tiempo a orar y a alabar a nuestro Dios y Señor.
Nos empeñamos en buscar seguridades en lo provisional y queremos instalarnos en aguas estancadas pudiendo disfrutar del “agua viva” que es Jesús. Nos asusta el silencio y encendemos el televisor solo para que haga ruido. Pero el ruido apaga la Voz que nos llama desde lo más profundo de nuestro corazón. Y sólo en el desierto, en el retiro o en el silencio podemos descubrir y escuchar a Dios que nos ofrece la plena felicidad.
La Semana Santa es una oportunidad para profundizar en nuestra vida interior y en nuestras relaciones con Dios mediante la contemplación y meditación de la Pasión del Señor, mediante la oración y mediante la participación en la hermosa liturgia de estos días. Tendrá sentido si Jesús, muerto y resucitado, tiene alguna importancia para nosotros. Si la vida es sólo un conjunto de obligaciones tediosas, aliviadas por breves paréntesis de playa, de montaña o de turismo, entonces nos dará igual que Jesús haya muerto o no, esté vivo o solo sea un recuerdo.
Que Jesús esté vivo ¿importa algo para mí? ¿cambia mi vida algo con eso? ¿afecta a mi comportamiento, a mis valores y a mis proyectos? Si no es así, ¿qué más me da la Semana Santa?