Un químico que analizara el cuerpo humano se encontraría que el conglomerado con el que está “fabricado” es muy sencillo y económico. Sus ingredientes: quince kilos de carbono, cuatro kilos de nitrógeno, un kilo de calcio, medio kilo de fósforo y medio de azufre, dos hectogramos de sodio, un hectogramo y medio de potasio y la misma cantidad de cloro, pocos gramos de quince elementos menos comunes y unos cubos de agua.
El valor comercial de todo esto sería escaso; pero no son los ingredientes los que cuentan, sino el modo complicadísimo de estar mezclados para formar unos cuantos millones de células, Estas células, según los órganos que forman, tienen características diferentes.: sencillas a la luz del ojo, filtran sustancias las de los riñones, se contraen como elásticas las de los músculos, etc..
Si el cuerpo humano es una “máquina maravillosa”, cuánto más asombroso es “el espíritu” que nos hace diferentes de los animales y de las plantas, y semejantes a Dios. En él residen la capacidad de comunicarnos, de sacrificarnos y de amar, la libertad y la dignidad de la persona. Y en el hondón del alma de los bautizados habita el Espíritu Santo que, como Dios que es, “está más adentro que nosotros mismos”