“No matar”. Este mandamiento divino está expresado en forma tajante y en negativo. El adverbio negativo “no”, deja fuera de lugar todo tipo de dudas en esta materia y señala a las personas, permanentemente tentados por la ley de la selva o del más fuerte, los límites extremos que nunca es lícito traspasar.
Pero el quinto mandamiento, como otros que empiezan por la palabra “no”, tiene su enfoque, y sus aspectos y horizontes positivos, por los que podemos transitar y con los que debemos perfeccionarnos como hijos de Dios. Es el quinto mandamiento el que nos obliga a comprometernos con el derecho fundamental a la vida expuesto hoy, como en tiempos pasados de la historia, a violaciones más o menos manifiestas, quizás más disimuladas y sofisticadas que nunca, pero siempre gravemente inmorales.
En este tercer milenio, nos fijamos especialmente en la vida humana: que la gente de buena voluntad la defienda y la promueva. Todos los que atentan contra ella, sagrada e inviolable desde su concepción hasta su término natural, no tienen buena voluntad, por más que la encubran y disimulen tras los colores rosas de discursos fantásticos e instituciones benéficas.