Seguir a Jesús es seguir a Alguien que ha terminado ejecutado por los hombres; es ser fiel a Alguien que ha sido perseguido y condenado por el escándalo provocado con su vida y su palabra.
Seguir al Crucificado no es buscar ni amar el sufrimiento. Jesús no lo ha amado ni para Él ni para los demás.
Seguir al Crucificado es proseguir su obra, construir el Reino de Dios, defender la causa del ser humano, ofrecer gratuitamente el perdón, servir a los hermanos y saber que esto nos traerá inmediatamente dificultades y sufrimientos.
El creyente, pues, no ama el sufrimiento, pero tampoco lo evade. El cristiano toma en serio la inseguridad, el sufrimiento, la soledad, la alienación, el dolor, el lado oscuro y negativo de la vida. Pero con Cristo y desde Cristo descubre que también ahí puede haber liberación y salvación. Desde Cristo trata de descubrir cuál es la manera más humana y liberadora de asumir y de vivir el sufrimiento propio y ajeno.
Creer en el Crucificado no suprime el mal. El mal continúa siendo algo negativo e inhumano; pero se puede convertir en el lugar más eficaz, realista y convincente de vivir la fe en el Padre y la solidaridad con los hermanos.