Tradicionalmente la Iglesia ora al Espíritu Santo de una forma muy simple. Se limita a repetirle una palabra, un verbo en imperativo: “Ven”. Se le invoca para que venga e inspire nuestra oración. Una vez invocado al principio de la oración, uno se olvida de Él mientras Él sigue haciendo su obra en nosotros…Decimos que el Espíritu Santo es “el gran desconocido”.
Lo es no sólo por descuido o desinterés nuestro, sino porque pertenece a su personalidad ser desconocido. Nunca habla de sí mismo, sino que nos pone en relación con la persona del Padre y con la de Jesús. Él se desvanece para que ellos pasen a ocupar el primer plano de nuestra oración.
No oramos al Espíritu, sino que es Él quien ora en nosotros pronunciando en nuestro corazón dos brevísimas oraciones: “Abba, Padre” y “Jesús es el Señor”. El Espíritu Santo nos hace entrar en una relación personal con Dios ‘como Padre’ y nos hace vivenciar a Jesús como «el Señor de nuestra vida», al que pertenecemos enteramente. Invocamos al Espíritu Santo cuando nos sentimos desorientados, perplejos, cobardes, agobiados, cansados. Él es energía de vida.