En numerosas ocasiones el Magisterio recuerda la importancia de la oración en familia y recuerda como las primeras enseñanzas recibidas en la infancia son decisivas y permanecen en la vida cotidiana, incluso cuando se crece.
La familia, dentro de la cual el niño aprende a dar los primeros pasos y a decir las primeras palabras, como «mamá» o «papá», «gracias» y «por favor», representa también el lugar para enseñar a orar y a decir «gracias» al Señor. Creciendo, practicará la oración siguiendo el ejemplo de los papás, aprendiendo a confiarse en el Señor incluso en los momentos más difíciles, seguro de su ayuda.
En la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia, el Papa Francisco recuerda que «los momentos de oración en familia y las expresiones de la piedad popular pueden tener mayor fuerza evangelizadora que todas las catequesis y que todos los discursos» (AL, 288), concluyendo que «solo a partir de esta experiencia, la pastoral familiar podrá obtener que las familias sean al mismo tiempo Iglesias domésticas y fermento evangelizador en la sociedad» (AL, 290).
San Juan Pablo II, en la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, reconocía la importancia de la oración compartida en familia, pues «en la familia, de hecho, la persona humana no solo viene generada y progresivamente introducida, mediante la educación, en la comunidad humana, sino que, mediante la regeneración del bautismo y la educación de la fe, ella viene introducida también en la familia de Dios, que es la Iglesia» (FC, 15).