Cristo

La Piedad Popular en la Vida Cristiana

En la Carta Pastoral de los obispos andaluces: María estrella de la Evangelización – La fuerza evangelizadora de la piedad popular”, al abordar “la piedad popular en la vida cristiana” dicen:

“Entre todas las criaturas, solo el ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios (Gn 1, 26), de ahí las facultades que le distinguen: porque es capaz de Verdad, está dotado de entendimiento; porque es capaz de Belleza está dotado de afectos; porque es capaz de Bondad está dotado de voluntad; porque es capaz de Comunión, está dotado de libertad. Estas capacidades no hacen sino expresar la grandeza y dignidad del ser humano que es capaz de Dios. En estas capacidades residen los anhelos más profundos y verdaderos de la condición humana, que, al ser col­mados, producen la felicidad. No se equivocaba san Agustín de Hipona cuando reconocía: «Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en Ti.

Estas cuatro capacidades ponen en ejercicio las dimensiones constitutivas de la vida cristiana: creer, celebrar, vivir (comprometerse) y orar. En efecto, si el cristiano se define por lo que cree, por lo que celebra, por lo que vive y por lo que ora, la piedad popular se descubre entonces como realidad que atraviesa esas dimensiones llenándolas de “calor” y afecto. Para que la vida cristiana, en todas sus dimensiones, sea percibida como bienaventuranza es nece­saria la integración de la piedad popular en la armonía de lo que se cree, de lo que se celebra, de lo que se vive y de lo que se ora.

No es verdaderamente cristiano quien simplemente acepta el Cre­do, pero ha abandonado la celebración litúrgica, el compromiso por la transformación del mundo que brota de la caridad o la vida de oración. Tampoco lo es quien reduce la vida cristiana a algunas celebraciones en determinados momentos de la vida, pero no se deja iluminar por la luz de la fe ni acepta su dimensión apostólica. Como tampoco es verdade­ramente cristiano quien se entrega a una acción que no brota de la Litur­gia ni tiende a ella, ni está sostenida por una caridad iluminada por la fe y alimentada por el trato con el Señor en la oración. Si falla alguna de las dimensiones de la vida cristiana, toda ella se ve seriamente dañada.

Se entiende, entonces, que el solo ejercicio de ciertas prácticas de piedad no puede ser considerado manifestación auténtica de la fe. La piedad popular, para que sea realmente lo que está llamada a ser, es decir, para que ponga y exprese el afecto de la vida cristiana, ha de armonizarse con la doctrina de la fe de la Iglesia, con su celebración li­túrgica, con el compromiso apostólico y misionero en favor de la evan­gelización y de la transformación del mundo, y con la vida de oración” (13-16)

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