María, tras el “SI” al Señor, se va a visitar a Isabel. Será la actitud de María, nuestra madre, a lo largo de toda su vida: a Belén, a Egipto, en las bodas de Caná, en la predicación de su Hijo, a los pies de la cruz, con la primera comunidad cristiana. Ella se pone en camino, no se queda en casa, sale. El Papa Francisco en sus exhortaciones nos recuerda esta actitud de María, que se convierte en un sueño de renovación: “sueño en una Iglesia en salida, que no sea autorreferencial” que no se mire a sí misma, sino a Cristo, el hombre para los demás. Cuando miramos a María vemos este sueño del Papa, el sueño de Jesús, el sueño de Dios. María sale de su casa y se pone en camino. El camino de la vida nunca es fácil: tenemos cuestas, tropiezos, encuentros, imprevistos, retrocesos… pero también: encuentro, momentos de gozo, de plenitud, de grandeza, de esperanzas, de luz… Es el camino de la vida, el camino de Dios, el camino que siguió María.
En este camino que nos toca transitar, este año, María nos acompaña, para que seamos el bálsamo, la esperanza, la responsabilidad, la compañía, la esperanza de tantos hermanos nuestros que lo han pasado y lo están pasando mal. Este tiempo de pandemia es también un tiempo de solidaridad, de fraternidad, y lo hemos visto en todo este tiempo que hemos vivido con incertidumbre y dolor. Pero hemos tenido muchos gestos sencillos de ayuda, cercanía, escucha, comprensión. María no quiere cosas, nos quiere a nosotros, para que, como ella, seamos ese bálsamo de esperanza para nuestros hermanos.