El mes de junio está marcado de modo particular por la devoción al Corazón de Jesús.
Celebrar al Corazón de Jesús significa dirigirse hacia el centro de la persona del Salvador; a ese centro que la Biblia identifica como la sede del amor que redimió al mundo. Si el corazón humano representa un insondable misterio que solo Dios conoce, ¡cuánto más sublime el Corazón de Cristo Jesús en el que late la vida misma del Verbo!. Para salvar al hombre, víctima del mal uso de su libertad, Dios ha querido darle “un corazón nuevo”, fiel a su voluntad de amor.
Este es el corazón de Cristo; la obra maestra del Espíritu Santo que comenzó a latir en el seno de María y que fue traspasado por una lanza en la Cruz, convirtiéndose así para todos en manantial de vida eterna. Ese corazón es ahora prenda de esperanza para todos. ¡Qué necesario es, pues, para la humanidad hoy y siempre el mensaje que brota de la contemplación del Corazón de Cristo! Ahí se puede obtener la reserva de amor, de humildad, de perdón y de entrega para sanar los ásperos conflictos que llenan de sangre a la humanidad y de dolor a la convivencia familiar y social.