Confieso que el segundo mandamiento de la ley de Dios es el que menos interés suscitó en mí desde mi infancia. Se nos decía que consistía en no blasfemar, no maldecir y no jurar por Dios, y como yo no tenía problemas en ese campo, nunca le presté mayor atención.
Pero el otro día encontré una frase del teólogo suizo Maurice Zundel que me retrotrajo a lo de no usar el nombre de Dios en vano: «Nuestra vocación es ser sacramento de una Presencia que es inútil y perjudicial nombrar si no se la vive».
Hablar de Dios, nombrar a Dios sin vivir de Él y en Él, es inútil, es «en vano», no sirve de nada e incluso es contraproducente, porque, si no vivimos esa presencia, que es Dios, – sigue Zundel- «nombrándola no hacemos sino desfigurarla, estropearla, limitarla y hacerla odiosa».
A veces, las personas tienen lástima de la situación que vivimos en los países donde los cristianos somos una absoluta minoría y no podemos realizar actos públicos externos de manifestación de nuestra fe. Es el caso de nuestras Iglesias del norte de África, donde no disponemos de potentes medios de comunicación y contamos con escasos recursos humanos y económicos.
A mí, por el contrario, me preocupa mucho más la situación de las Iglesias mayoritarias y de larga tradición. Por ejemplo, España: libertad religiosa irrestricta, televisión católica, cadena de radio, numerosas publicaciones de todo tipo, una red potentísima de escuelas católicas, hospitales, centros sociales y culturales … En fin , ¿qué no tiene la Iglesia en España? Y a pesar de todo ello, los no cristianos que llegan no se agolpan a las puertas de nuestras comunidades para integrarse en ellas. Más aún, hay un estrepitoso descenso de creyentes entre los españoles. ¿Cómo se explica todo ello? ¿No se habla de Dios? ¿No se proclama su palabra? ¿No se pronuncia su nombre? Sí, y mucho … pero «en vano», inútilmente, incluso contraproducentemente.
A nuestras palabras y predicaciones, les falta el fundamento: el testimonio vivo de personas que vivan de esa Presencia; no es que no las haya, pero no en la proporción de las palabras pronunciadas, con lo que estas suenan huecas y vacías; nuestras prédicas son cheques sin fondo: aparentan bien, pero cuando vas a cobrarlos, te encuentras que en la cuenta no hay nada.
Ahora entiendo mejor lo que quiere decir «usar el nombre de Dios en vano»: hablar de Él sin vivir en Él. (Cristóbal López, Cardenal Arzobispo de Rabat – Vida Nueva julio 2024)