La oración, con todo lo que lleva de seguimiento fiel de Jesucristo, no es huida de la realidad, sino el único camino para vivirla con esperanza.
Siempre, cada día, es tiempo oportuno para la oración. La oración no es un paréntesis en la vida cotidiana, sino entrar hasta el fondo de la vida real, donde nos encontramos no solo “con decisiones éticas” o “con grandes ideas”, sino con Dios mismo; con el Dios único que se ha hecho carne, como uno de nosotros, en Jesús quien entregó su vida en una cruz para darnos la gran esperanza de la plena libertad, aquí y ahora “en estos tiempos recios” que, al igual que la Santa de Ávila, estamos llamados a vivir como lo que son en realidad: tiempos de gracia y de salvación.
En definitiva, nuestra vida, el cumplimiento feliz de nuestra vida, con el gozo infinito que reclama lo más profundo de nuestro corazón, no depende de las circunstancias, por muy favorables o halagüeñas que sean.
Como han testimoniado todos los santos, la verdadera vida y la plena libertad dependen solo de Jesucristo y de todo lo que proviene de Él.