Los discípulos de Jesús se preguntan, no llegan a creer inmediatamente. El día de Pascua, María de Magdala es la que tiene el valor de lanzarse a la oscuridad y cuando ve que la piedra ha sido removida del sepulcro, su corazón no se llena de alegría, sino de desesperación. ¿Acaso la fe no se ha convertido para nosotros en una ocasión de tristeza y resignación en lugar de un motivo de alegría y esperanza?
Pedro y el discípulo a quien Jesús amaba corren, no dejan de anhelar encontrarse de nuevo con el maestro. Pedro, la imagen de una fe cansada, que querría correr, pero no puede. Marcada por la traición y que, precisamente por eso, necesita recorrer un camino de reconciliación. Pedro es la imagen de una fe que necesita ser curada por el amor del Señor. Por el contrario, el discípulo que ha experimentado ser amado es la imagen de una fe joven, vislumbra, intuye, pero esto le basta para creer. Pedro ve, pero aun no cree; Juan no necesita entender para creer, busca respuestas para reconocer la verdad de lo que ve.
No importa cuál haya sido tu camino o cuál sea, lo importante es buscar para llegar al encuentro con Aquel por quien nos sentimos amados para convertirnos en sus testigos. La Pascua, pues, no es un punto de llegada, sino un punto de partida. Dondequiera que estés en tu vida, comienza a buscar, no te canses, no te desanimes.
Mira lo que el Señor pone hoy en tu vida y déjate guiar por la fragancia que ha dejado en la puerta de tu corazón. (Miguel A. García. Rev. Catequistas)