La Iglesia es la familia de la fe para cada bautizado, en la que crece, se alimenta, celebra y discierne la vocación a la que Dios llama a cada uno de sus hijos. “Lo importante es no caminar solos, contar siempre con los hermanos y especialmente con la guía de los obispos, en un sabio y realista discernimiento pastoral”. (EG 33).
El cristiano no puede vivir sin Iglesia y la fe no crece sino se vive y comparte en comunidad. “El fiel laico no puede jamás cerrarse sobre sí mismo, aislándose espiritualmente de la comunidad, sino que debe vivir en un continuo intercambio con los demás, con un vivo sentido de fraternidad, en el gozo de una igual dignidad y en el empeño por hacer fructificar, junto con los demás, el inmenso tesoro recibido en herencia” (CEE, Cristianos laicos, Iglesia en el mundo, 20).
Una actitud indispensable para poder caminar juntos en la Iglesia es cultivar la “espiritualidad de comunión”. “Espiritualidad de la comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como “uno que me pertenece”, para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad. Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un “don para mí”, además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente”. (San Juan Pablo II, Novo milenio Ineunte, 43).
La necesidad de caminar juntos en la Iglesia se ha visto impulsada por el Sínodo que estamos viviendo. Esta necesidad se articula a través de los Grupos de fe y vida y de las comunidades, asociaciones eclesiales… ya que es condición indispensable para desarrollar la vida de fe en todas sus dimensiones.