Fallecimiento

Los Mártires de la Pandemia

El último recuento de fallecidos por el coronavirus, sólo en España, ronda la cifra de 45.000. En todo el mundo se superan los 660.000 muertos a causa de una pandemia que sigue descontrolada. Un luto global y local que no puede ni debe evitarse, como tampoco se puede pasar por alto el duelo de una sociedad que ve desaparecer, al menos, a la generación que se dejó la piel para forjar el período histórico con mayor garantía de derechos y libertades de la humanidad.

Acompañar este sufrimiento forma parte de las prioridades de una Iglesia que está llamada a acoger tantas expresiones de desgarro, incomprensión, desesperación y pesadumbre en quienes han visto partir a sus seres queridos sin poder despedirse de ellos. Este compadecerse o “padecer con” es el primer peldaño en el complejo camino en el que se han visto inmersos miles de familiares, amigos y vecinos, sanitarios y personal de las residencias que los han atendido, las comunidades religiosas y parroquiales de las que formaban parte… La escucha de los gritos silenciosos de tantos hermanos puede ser, y ya es, sin duda, la aportación más valiosa de los cristianos, a ejemplo de esa escucha permanente y misericordiosa de un Dios Padre que también comparte esta angustia con todos y cada uno de aquellos que necesitan un consuelo afectivo y efectivo, un abrazo sin pretensiones, un compartir dudas sobre lo trascendente y lo terrenal.

En sentido estricto del término, no pueden ser considerados mártires, en tanto que no han fallecido a consecuencia del odio a la fe, pero no pocos casos se han topado con este enemigo vital precisamente cuando se enfrentaban en primera línea a la enfermedad, como capellanes de un hospital, sanitarios y farmacéuticos laicos contagiados en su trabajo, religiosos que no dudaron en acompañar a personas vulnerables portadoras del virus… Entendido de esta manera, son auténticos mártires de la caridad en medio de la mayor catástrofe planetaria de las últimas décadas, en tanto que han sido hasta el final modelos humildes de la heroicidad callada de quienes mantuvieron su fe a pesar del miedo , siendo, además, testimonio de esperanza cuando las fuerzas flaqueaban. Una santidad que se forjó en la entrega diaria y que se ha certificado en la prueba de la pandemia, como enfermos que han cumplido la voluntad de Dios. (Vida Nueva – Agosto 2020)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *