El pasado mes de diciembre se produjo un gran cambio, que en un futuro próximo tendrá consecuencias para la Iglesia universal.
El cardenal filipino Luis Antonio Tagle, prefecto de Propaganda Fide, el organismo de la Curia romana encargado de la actividad misionera, anunció en una carta que, debido al coronavirus, su congregación ya no podía asegurar las subvenciones con las que hasta ahora había ayudado a la instituciones hermanas de los países más pobres.
Por eso, pidió a las más de mil diócesis que en todo el mundo dependen de esta entidad que intenten sobrevivir por sí mismas. No se trata solo de una cuestión económica: la ayuda es, de hecho, el signo concreto de la comunión, a imitación de los primeros cristianos que tenían todo en común. La crisis desencadenada por la pandemia mundial nos ha obligado a adentrarnos también en esta antigua tradición de fraternidad, que, por otra parte, genera dependencia unos de otros.
A la luz de todo esto, podemos apreciar que el cambio es considerable. No solo desde el punto de vista de las ayudas a proyectos económicos, que también son importantes y hacen una contribución significativa a los países pobres, sino, sobre todo, para el clero de estas regiones, que no reciben dinero de los estados y, por lo tanto, tendrán que depender totalmente de las donaciones de los fieles.
Se trata, por tanto, de un cambio nada despreciable, especialmente en continentes como África. Pero este cambio significa también una mayor libertad frente a propuestas y sugerencias, a veces imposiciones, que pueden provenir del poder central de Roma.
Por tanto, tendremos una Iglesia, especialmente en África, mucho más pobre, pero también más libre y más cercana a los fieles.
(Lucetta Scaraffia – Vida Nueva – Abril 2021)